Eufemio no puede más. Esa tos afónica y el
sudor que resbala por su frente no anuncian nada bueno. Lo que comenzó como una
diversión corre el peligro de acabar en tragedia. Su escritorio se derrumba
bajo columnas de cartas con nuevas peticiones. Su correo electrónico agoniza inmerso
en un oceano de mensajes no leídos. Su Guasap amenaza con derretir las
soldaduras de su teléfono móvil. Quién me mandaría a mí, se recrimina Eufemio
rememorando una y otra vez el instante de lucidez en el que su cerebro dibujó
las palabras Países en vías de desarrollo.
Jamás pudo imaginar la repercusión de aquel momento. No tardaron en lloverle
los encargos. Fue una época dorada en la que su habilidad en el arte del rodeo lingüístico
lo catapultó a la cima del éxito. Sus ojos vidriosos recuerdan con emoción aquellos
años en los que el mundo caía rendido a sus pies cuando pronunciaba con firmeza
Daños colaterales o Fase de desaceleración económica en el
contexto mundial. Y ahora se pregunta cómo no lo vio venir. Aquellos que
parecían encumbrarle como el adalid del engranaje retórico no tardaron en
mostrar su auténtico rostro. Todo sucedió tan rápido que cuando quiso darse
cuenta ya era demasiado tarde, ya era imposible escapar del circo de buitres y
estranguladores semánticos que le rodeaban. El trabajo se multiplicó, los
plazos de entrega sobrevolaban como una amenaza constante, y pronto pudo sentir
en sus propias carnes aquello que él mismo había bautizado como La flexibilización del mercado laboral. Ahora
nadie parece comprender que su trabajo es un arte, y la calidad de su obra se
resiente un poco más cada dia. Y el pobre Eufemio tose y maldice cada vez que
se ve obligado a pronunciar cosas como Lengua aragonesa propia del área oriental.
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